lunes, 23 de marzo de 2009

El distinguido ciudadano (Cuento 1)

Cacho Mazzacane era un pibe como cualquier otro. Había terminado el bachillerato con notas regulares y se había pasado quince meses de servicio militar en Río Gallegos, pelándose el culo de frío y disfrutando de las bondades del viento patagónico. Hasta ahí, todo normal.
Un buen día me pidió que lo acompañase hasta la Municipalidad de Lomas de Zamora porque tenía que hacer no sé qué trámite de su abuelo, que estaba internado en un sanatorio con un cólico renal, o hepático, no recuerdo bien.
Una vez allí, tal vez para matizar la amansadora habitual, trabó conversación con una funcionaria cuarentona que, aparentemente, no tenía nada mejor que hacer, aparte de consumir hectolitros de café y encender cada nuevo cigarrillo con la colilla del anterior, aún sin apagar.
No es que Cacho resultase un tipo especialmente pintón –no lo era en absoluto-, pero el rigor del clima sureño le había curtido y bronceado la piel, y el hambre y el ejercicio le habían afinado la silueta; además, tenía a su favor toda la energía de los veinte años, así que no me extrañó nada que la oficinista se mostrase atraída por mi amigo.
Ella era, decididamente, un bicho canasto. Como la del tango, era flaca, fané y descangayada; chueca como un futbolista, lucía las gambardelas de tero bajo una minifalda de adolescente y ataba a la nuca su pelambre rala y grasienta, teñida en color zanahoria, con una banda elástica manchada de tinta para sellos.
El caso es que, seguramente enceguecido por el largo año de abstinencia forzosa sumado a la natural urgencia de la juventud, mi compinche terminó ligándose a “Miss Burocracia ‘68”. Como sea, la susodicha, orgullosa de su conquista tras un largo período de mishiadura camera –ella también, más por falta de candidato que de intención- le daba a su flamante mascota todos los gustos. Ayer unos zapatos, hoy una camisa, mañana un traje, el esperpento iba compensando en especie el sacrificio de contemplar su figura sin el piadoso envoltorio de la ropa y soportar su aliento de nicotina espesa.
Cuando parecía que a la pobre mujer se le habían acabado las recompensas, una tarde se apareció con un diploma de la Secretaría de Obras Públicas del municipio, enmarcado en madera pintada en dorado, y que rezaba: “Al Señor Don Carmelo Mazzacane, Ciudadano Honorable de Lomas de Zamora, en reconocimiento a su magna obra”. Firmaba nada menos que el Intendente en persona.
A Cacho, que jamás había figurado en ninguna parte, ni siquiera en el Cuadro de Honor del colegio, se le iluminaron los ojos de felicidad. El que jamás hubiera tenido vínculo alguno con las obras públicas, o con el municipio –había vivido siempre en Avellaneda- y que su “obra” en vez de magna fuera en verdad nula, carecía por completo de importancia. El diploma era real, tenía su nombre y figuraba como ciudadano distinguido.
Sin embargo, el pajarraco mecanógrafo, que con este regalo –el más apreciado de todos- intentaba contentar a su amante para retenerlo a su lado, se cavó su propia fosa. Al día siguiente, Cacho me pidió que lo acompañase hasta la Municipalidad de Lanús.
Allí, la seducida fue una gordita de anteojos. Con el tiempo ella también le fue comprando regalos, pero lo que Cacho quería era el diploma. No le importaba cuál fuera el organismo que lo otorgase ni el motivo; solamente debía llevar su nombre, “Carmelo Mazzacane”, bien visible y a poder ser en letra gótica, que hacía más fino.
Una vez cumplido su objetivo, Cacho cambió de Municipalidad y de bagayo –todas, invariablemente, eran feas, como si ese requisito formara parte ineludible del ritual-. Así, conmigo como adláter a falta de algo mejor que hacer, Don Carmelo Mazzacane fue, sucesivamente, Ciudadano Ilustre de San Isidro, La Matanza, Florencio Varela, Tigre, La Plata y todo el resto del conurbano bonaerense.
Además, como su nombre y el mío quedaban registrados en cada Intendencia, nos comenzaron a llover invitaciones a comidas, copetines, inauguraciones y actos protocolares en tal cantidad que ocupaban casi todo nuestro tiempo y no nos permitían pensar siquiera en la posibilidad de trabajar.
La verdad es que comíamos de primera. Canapés, sandwichs de miga, saladitos, masas finas, bombones, champán y jerez formaban parte de nuestra dieta diaria. La ropa que le regalaban las chirusas a mi amigo daba para vestirnos a los dos como dandys y su condición de “Ilustrísimo” nos proveía de pases gratuitos en las empresas de transporte, de modo que casi no necesitábamos dinero para sobrevivir.
Sin quererlo, la concurrencia asidua a tanta francachela oficial nos fue llevando a conocer a mucha gente importante, así como a saber de sus necesidades y sus posibilidades; de ahí que, un poco por inercia, nos fuimos dedicando al tráfico de influencias –en realidad, sólo yo lo hacía, al otro sólo le interesaban los diplomas- y al cobro de jugosas comisiones que al poco tiempo nos reportaron una aceptable fortuna y nos permitieron extender nuestro radio de acción a las otras provincias argentinas. Así, cada mes un nuevo Gobernador estampaba su rúbrica debajo del consabido “Carmelo Mazzacane, Distinguido Ciudadano”, en letra gótica, como es debido. Incluso llegamos a tener diplomas de Montevideo, Punta del Este y Asunción del Paraguay, o sea, lo que se dice una incipiente “proyección internacional”. También, justo es decirlo, aumentó la calidad de las comidas y de las pilchas y llegamos a tener coche nuevo con chófer y todo.
“Diversificar” es la palabra mágica de nuestros tiempos, y dicen que la inteligencia es la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas, de modo que ahora me dispongo a planificar los pasos a seguir para dar el salto al extranjero, habida cuenta de que el negocio local está a punto de tocar techo y que Cacho sigue obsesionado con ampliar la colección.
El taladro eléctrico de mi amigo y socio continúa perforando sin descanso las paredes del despacho –un lujoso piso que hemos comprado en el barrio de la Recoleta- para colgar las nuevas distinciones. Frente a mi escritorio, sobre la única pared que queda libre de trofeos, un poster a tamaño natural me muestra la foto de los dos viejos cómplices abrazados y sonrientes, impecablemente trajeados y acicalados. Las letras, que no son góticas sino rojas y muy grandes, expresan las dos palabras que tiempo atrás nadie, ni siquiera nosotros, hubiera osado pronunciar: “MAZZACANE PRESIDENTE”.


3º premio concurso literario "Francisco Castañeda Guerrero", Avellaneda, Buenos Aires (2002)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Así estamos ,Enrique ,como nos conocés .
Muy entretenida la forma de contarlo.
kuma

Anónimo dijo...

Enrique, este retrato del "distinguido ciudadano" que tu pintas tan bien y refinadamente en tu cuento, ambientado en la lejania de los pueblos y ciudades argentinas, creo que en realidad se pueda considerarlo un paradigma modelico a nivel globalizado de todos los distinguidos ciudadanos del mundo, sean del pais que sean. ¿A caso no existen distinguidos ciudadanos en Estados Unidos, en Rusia, en China, en Japón, en Europa o tal vez en Africa y también en la tierra a los antipodas o sea Australia?
Lo que más me llama la atención es enterame de que, debido a una especial y puntual circunstancia, sobre todo en España e Italia hay miles de distinguidos ciudadanos como Carmelo Mazzacane. En España e Italia (supuestos madre y padre de la "hija" Argentina) el arte de aparecer alguien aunque uno sea un perfecto don nadie goza de muchos estimadores. La inutilidad de muchos, muchisimos individuos se sublima en la capacidad de aparecer aunque, por debajo de esta apariencia, no haya algun tipo de sustancia. Fondamentalmente toda la clase dirigente de estos dos paises, es mi opinión, son una especie de distinguidos cuidadanos. Especialmente habiles en esta representación de vagos en traje y corbata son los politicos, cuya inmensa ineptitud esta llevando a la ruina sea España que Italia. Italia era el "paese più bello del mondo" y España "el pais de las fiestas". Ahora la tanto celebrada belleza italica queda olvidada y casi sepultada bajos las ruinas de más de 10 años de "berlusconismo" y las fiestas, aquí en España, hace tiempo que se han acabado.
Amargas reflexiones las mias, ya lo sé. ¿Pero como puedo no hacerlas si todo lo que "mediaticamente" apasiona el pueblo en esto días son los trajes de Francisco Camps, desde Valencia? ¿Obviamente, de que estamos hablando si no de un ditinguido ciudadano?
Creo que así van las cosas, en la opinión de tu amigo Enzo.

cachu dijo...

el distinguido ciudadano es un chanta
la revista rico tipo lo tuvo en EL GORDO VILLANUEVA .
ALLA POR 1947 .
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EN EL SW DE MIAMI
ALLA EN LA CALLE 8 SW Y LA 66 AV , ABRIO UN BOLICHE DE VIDEOS, (1992)AMIGO DEL YIOJANO ,ME ENTERE DESPUES , SU CRITERIO DE INMUNIDAD , TAMBIEN UN RESTAURANT LO NOMBRO CIUDADANO ILUSTRE , PIRATEABA VIDEOS A LO LOCO, ME ENSARTE EN VARIOS , (NO ME LOS COBRO ) (ERA SU MEJOR CLIENTE ) PERO OTRO LE HIZO JUICIO, Y TUVO QUE SALIR DISPARADO DE MIAMI.

Enrique de Lasuen dijo...

Kumi: Es solo el conocimiento que me dio la experiencia, y si ves el comentario nº 2, allí mi amigo Enzo, italiano que vive en España, completa el panorama y confirma que en todas partes se cuecen habas.

Enzo: Amigo "vagamundo", no puedo agregar una sola palabra a lo que has dicho. Más claro, agua.

Cachu: El personaje del gordo Villanueva, ¿no lo hizo Porcel muchos años más tarde en la tele?
Allá por el 86/87 yo también me dedicaba al negocio del video en la Argentina y no faltó el distinguido ciudadano que me acostara con una parva de cheques robados. Perra vida.