lunes, 27 de abril de 2015

HIJOS

La mayoría de los seres humanos cumplimos el mismo ciclo vital. Sucesivamente somos hijos, padres, abuelos y algunos, los más longevos –o los más precoces-  llegan más allá y el único de estos ciclos que cumplimos todos, inexorablemente, es el  primero. Los otros quedan librados a la voluntad o al azar.
            Todos somos hijos, biológicos, adoptivos, putativos (con perdón) y tenemos la característica común de que no elegimos nacer, ni tampoco a nuestros padres, ni a nuestros hermanos, ni al resto de la familia. Nos ha tocado lo que hay, como en la lotería, y punto.
            Otra cosa que tenemos en común los hijos es que solemos ser muy injustos con nuestros padres. Algunos tenemos suerte y nos tocan progenitores “normales”, mientras otros tienen que padecer a cretinos de distinta laya: puteros (o su equivalente femenino), borrachines, drogadictos, ludópatas, golpeadores, corruptos, ladrones, proxenetas, etc., pero todos nos quejamos de lo que nos ha tocado, porque queremos que nuestros padres sean perfectos, los mejores del mundo y sólo son humanos, con virtudes y defectos.  No nos basta con que nos den cobijo, alimento, educación y cariño, queremos más. Exigimos más.
            Para justificar esas exigencias usamos el argumento de que no pedimos nacer y que nuestros padres tienen la obligación de satisfacer todos nuestros caprichos, ya que fueron ellos quienes quisieron tener hijos. Esas cuatro palabras –cobijo, alimento, educación, cariño- nos parecen una miseria, un simple trámite que ellos deben cumplir porque para eso nos engendraron.
            En realidad, somos obra del azar. Nuestros padres se han limitado a copular calculando aproximadamente la fecha de una posible fertilización y el resto es pura casualidad. Si la fecundación se hubiera concretado un mes antes o después, habría nacido otra persona. Ellos tendrían un hijo, sí, pero no el que tienen ahora y, además, ¿qué es lo que nos lleva a pensar que somos exactamente el hijo/a que ellos deseaban? Entre nosotros también abundan los crápulas y los que intentamos no serlo a veces actuamos como tales.  Encima pretendemos tener inmunidad y nos creemos los dueños de la verdad absoluta.
            Por sistema, olvidamos que las leyes delimitan obligaciones paternas desde hace muy poco tiempo, que éstas tampoco son tantas y que si nuestros progenitores han cumplido con ellas es porque han querido. Siempre ha habido gente que se salta las leyes y ellos también habrían podido hacerlo. Cuando unos padres asumen algo como obligatorio es porque quieren hacerlo, sin más, y no porque algo o alguien se los imponga.
            Los padres suelen avergonzarnos por infinidad de motivos: porque se llevan mal – tanto si siguen juntos como si se separan-, porque ganan menos dinero que otros, porque no pueden llevarnos a la playa más exclusiva, o no nos pueden comprar determinada marca de zapatillas, porque creemos que son catetos, porque son viejos, porque están gordos, porque se meten en negocios o inversiones que no resultan. Da igual, todo es culpa suya.
            Sin embargo, solemos olvidarnos de que, a veces – y no pocas- nosotros también les avergonzamos a ellos. Cuando suspendemos materias y repetimos curso, cuando dejamos de estudiar y no por falta de capacidad, cuando nos volvemos indolentes, cuando somos soberbios y orgullosos con nuestros propios hermanos, cuando pretendemos estirar la adolescencia hasta los treinta, cuando comprueban que no respetamos ciertas normas que nos han intentado inculcar – de tolerancia, de respeto-, pero nada de esto nos importa, porque nos creemos que somos el mejor hijo/a que hubieran podido tener.
            Casi todo lo que hacen es, para nosotros motivo de crítica y muchas veces no les dejamos margen de acierto, por ejemplo: les pedimos libertad para volar, pero les recriminamos que no hayan hecho nada para evitar que nos diéramos un porrazo cuando nos la dieron.
            Así, les vamos apartando de nuestras vidas, como a un traje viejo que ya no vamos a ponernos. A veces, vamos madurando y la vida nos hace entender que sus decisiones no eran tan malas – ahora tenemos hijos, también tenemos que tomarlas y comprobamos que no las hay más adecuadas-, nos vamos olvidando de que alguna vez les dijimos que no les llamábamos porque teníamos que pagar la llamada o alguna burrada por el estilo y queremos decirles que los queremos, que les damos las gracias por ayudarnos a ser lo que somos, por habernos querido, educado, mantenido y protegido, por haber aceptado nuestros defectos.

            Entonces vamos al teléfono y marcamos su número. A veces nos atiende la misma voz familiar, más vieja y cascada que antes, pero siempre la misma. Otras no responde nadie, dejándonos con la incertidumbre de si no lo hace porque simplemente ha salido o porque se nos ha hecho demasiado tarde y al otro lado de la línea ya no hay nadie, o hay alguien tan cansado y golpeado que ya no puede ni quiere responder.                   

martes, 24 de septiembre de 2013

Si una noche de invierno un viajero...



            Hoy compartimos virginidades, estimado Lector (te llamo así porque no sé tu nombre) La tuya, porque estás empezando a leer el primer artículo mío en una revista que inicia su andadura; la de la revista, porque este es su primer número y, finalmente, también la mía, por la misma razón y porque en este momento me encuentro frente a una pantalla de computadora vacía que debería llenar con unas ochocientas palabras.  Tema libre, me han dicho. Puede ser una crónica, un artículo de opinión, lo que quiera, tanta es la confianza que me tienen sus “irresponsables”. Y aquí, en el instante preciso de comenzar la escritura, unas horas antes de que tú empieces a leer y mientras busco inspiración, es cuando se vuelve a cruzar en mi camino la novela que da título a la nota.
            Es un recuerdo recurrente, siempre pienso en Calvino y en su novela cada vez que tengo que escribir algo en un medio nuevo, porque me gustaría poder, como el novelista, hacer el artículo escribiendo sólo el comienzo de una nota diferente cada vez. “Si una noche…” es, en gran parte, eso, una sucesión de primeros capítulos de muchas novelas distintas. Pero  temo que es imposible, en mi caso. Por falta de talento y porque tú, Lector, no entenderías ni jota.
            Tal vez te hayas preguntado por qué el autor y su novela aparecen en mi vida de forma constante.  Quizás porque me gusta toda la obra de Calvino y ésta en concreto me haya impactado de manera especial. Quizás porque, igual que el Lector que la protagoniza, yo también encontré a mi Lectora y ella haya pasado a formar parte de mi vida para siempre, aunque ya no esté conmigo, y con ella también  son mías sus lecturas, el ejemplar de “Si una noche…” que me regalara, el aroma de su jabón de baño, esa película que fuimos a ver “juntos”, el mismo día, a la misma hora, pero en ciudades distintas, o el calor de su cuerpo en mi albornoz azul.
            Ya ves, Lector, he gastado más de un tercio de las palabras disponibles y todavía no sabes de qué va este artículo, ni yo tengo idea sobre qué voy a escribir, a decir verdad. Porque me gustaría atraparte en la lectura, que reincidieras con la revista y con mis artículos en particular, conseguir que esperaras con ansia la aparición de cada número y lo cierto es que no alcanzo a determinar cuál sería el tema más apropiado.
            Podríamos hablar de política, pero ¿y si a ti no te interesa en lo más mínimo? Sería un gasto inútil de energías por ambas partes, en mi caso por escribir en balde y en el tuyo por leer sobre algo que no te importa. Y aún en caso que te importase, ¿qué pasaría si no coincidieran nuestros puntos de vista al respecto?; si tú fueras liberal de derechas y yo comunista de izquierdas (en caso de que exista esta categoría, claro), por poner un ejemplo que sería de igual aplicación a casi cualquier tema: el fútbol, la música, la reproducción sexual del paramecio o la importancia de la jota aragonesa en la China de los Ming.
            Partiendo de esta premisa, escribir un artículo de opinión es poco menos que inviable, así que habrá que considerar otras posibilidades.
            La crónica de sucesos se presenta casi peor.  Los artículos que escribo para Piso Trece carecen de material gráfico y, según dicen, lo que “vende” hoy es la imagen, de modo que a nadie podría deleitar sin exhibir sangre a raudales, cuerpos mutilados o quemados, ejecuciones en directo y delicadezas similares. Además, para eso ya están los noticieros de la tele, los periódicos, etc., a punto tal que ya tengo miedo de mancharme con sangre fresca al encender la radio o abrir la guía de teléfonos.
            Desde hace algunos años observo, con cierto pánico, que mucha gente pasa gran cantidad de horas frente al televisor o leyendo revistas pendiente de las anodinas peripecias vitales de personajes que han adquirido notoriedad de la nada (concursantes de Gran Hermano, esposas de toreros, novias de futbolistas, hijos biológicos, adoptivos o políticos de algún artista famoso, etc.) y me pregunto si no debería hablar de ellos.  El problema es que casi la única particularidad que los distingue es su marcada tendencia a la imbecilidad (¿realmente los distingue?) No sé, me cuesta aceptarlo.
            Dame tiempo, Lector, espera hasta el próximo número. Deja, por favor, que encuentre inspiración en la imagen de mi Lectora y en el recuerdo de sus besos, o en donde quiera que habiten las musas.  Prometo para entonces venir con algo sólido y no robarles  personajes a los escritores con talento. Hasta la próxima.
           
           


miércoles, 18 de septiembre de 2013

VIEJAS VERDES


            El mundo parece haberse vuelto loco, Lector.  Ya casi no hay peligro de grandes guerras entre países desarrollados, pero el pez grande se sigue comiendo al chico, como siempre.
            La diferencia es que antes, cuando un país quería subyugar a otro lo invadía, organizaba una matanza y anexaba los territorios así conquistados a su Imperio.  Fue así hasta hace muy poco, pero ahora se hace lo mismo sin disparar un solo tiro, ya que es la Economía la que se encarga de hacer el trabajo sucio del que antes se ocupaban los soldados.  Sigue habiendo muertos inocentes – “daños colaterales”, los llaman – pero éstos mueren de enfermedades como el SIDA, por sobredosis, abatidos en un tiroteo con la policía por un robo nimio o, simplemente, de hambre.
            La Sra. Merkel y sus secuaces han logrado lo que no consiguió Hitler con todo su despliegue militar: la hegemonía europea bajo el dictamen alemán.  Un trabajo fino, sin duda.  Tan fino que casi nadie parece dispuesto a alzar la voz, con la única excepción de Islandia, aunque esa voz casi no llega a los demás países debido, tal vez, a la distancia que los separa o al frío que hace en la isla de hielo.
            Sin embargo, hay algunos colectivos que parecen – aunque de forma muy embrionaria y escasamente organizada- querer impulsar vientos de cambio, como el Movimiento 15-M y otros.  Y las mujeres, claro.
            Hace ya mucho tiempo que las féminas vienen luchando por mejorar su lugar en la sociedad y, aunque todavía queda mucho por hacer, poco a poco lo van consiguiendo para bien de todos. Es cada vez más frecuente ver a mujeres ocupando sitios de liderazgo en la política, en la economía, etc. y eso es positivo, aunque no siempre los resultados sean los mejores – pienso en Thatcher, en Isabelita Perón, en Merkel -.
            Sin embargo, pese a lo inevitable de su avance, sin prisa y sin pausa, hay cosas en las que parecen ser presa de la desorientación, sobre todo en lo que respecta a su relación con el macho de la especie.  Alguien dirá que son trivialidades, asuntos sin la menor importancia y puede que tengan razón, pero…
            Pondré un ejemplo.  Hace días sostenía una conversación con un grupo de varones, cincuentones y separados, en la que el tema principal eran las mujeres, para no desmentir el tópico de que es lo único que tenemos en la cabeza.
            Mi amigo C. observaba que, de un tiempo a esta parte, notaba mayor interés en su persona por parte de mujeres jóvenes (de 20 a 35 años) que de aquellas de 40 a 55 que, en teoría, constituirían nuestro “mercado natural”, por llamarlo de algún modo, por el solo hecho de compartir generación. ¿Por qué?
            En España es bastante frecuente, desde siempre, ver a mujeres jóvenes del brazo de hombres más maduros, como si hubiera menos prejuicios sociales al respecto, así que no llama demasiado la atención, aunque a ellos se los siga llamando “viejos verdes”.  Sí resulta más extraño el auge de las cuarentonas acompañadas de lo que ellas llaman “yogurines”, es decir, ejemplares masculinos de 20 ó 30 años, la edad de sus hijos.  Ellas no son “viejas verdes”, claro, sino “mujeres en trance de reivindicar sus derechos sociales”.
            ¿Qué motivos llevan a las mujeres a actuar así?  No lo sé a ciencia cierta, pero intuyo algunas razones.  En primer lugar, el lógico principio de reacción: “si ellos pueden andar con jovencitas, nosotras también”. Pero hay más, como la tendencia a ver al hombre como si fuera un bolso, es decir, como mero objeto ornamental que colgarse del brazo para lucir ante las amigas (igual que los implantes de mamas,  las liposucciones y demás etcéteras que no se hacen para gustarle más a los hombres, sino por puro sentido de la competencia y, de paso, en un intento vano de detener el paso del tiempo)
            A veces –escasas – les toca el Gordo y consiguen su “yogurín”, mediante una elevada inversión económica en regalos, cenas, viajes y demás, pero el triunfo suele ser efímero, acabándose cuando se cruza por delante del galán una presa más joven, con las carnes más firmes y más dispuesta a quemar su tiempo en discotecas, pastillas y gimnasios.
            A la madura sólo le queda el vacío existencial. La falta de mimos, de alguien que la escuche y la comprenda, que la acompañe en su camino, que comparta sus gustos e intereses, que se esmere en arrancarle el mejor orgasmo de su vida sin hacer exhibiciones de pirotecnia camera y con el simple recurso de conocer a fondo el cuerpo de la mujer y aplicarse sin reservas sin que sea relevante el uso de la famosa pastillita azul.
            En suma, la misma sensación del cazador que gasta pólvora en chimangos.


            

lunes, 8 de octubre de 2012

TRES MICRORRELATOS


EL FANTASMA
            Don Basilio había sido el único habitante de la casa durante siglos. Mientras vivió, y lo hizo durante noventa años, como propietario de la finca y después de muerto como fantasma, dedicado a hacerles la vida imposible a todos y cada uno de los sucesivos habitantes de la casa.
            Se entretenía cambiándoles las cosas de sitio, arrastrando cadenas durante la noche, haciendo crujir las duelas del piso de madera (hasta que unos propietarios hicieron reformas y levantaron las tablas para poner baldosas, que ya no crujían), abriendo los grifos que los inquilinos cerraban y algunas veces, muy pocas, apareciéndoseles cubierto con una sábana con dos agujeros en donde deberían estar los ojos.
            Esto lo hacía en las contadas ocasiones en que los inquilinos le caían especialmente mal, cuando eran malas personas, ya que él se enteraba de todo lo que se hablaba en la casa y conocía, por así decirlo, la totalidad de los pecados de cada uno., de modo que cuando alguien golpeaba a su mujer o maltrataba a sus hijos, o robaba, o era un asesino, Don Basilio se le aparecía gruñendo a voz en cuello (él creía que los gruñidos añadían un toque teatral al asunto) para interrumpirle el sueño y hacerle huir despavorido, cosa que conseguía siempre, tal era el terror que su imagen infundía en los desprevenidos inquilinos.
            Nicolás era un niño de unos seis o siete años y no es que fuera esencialmente malo, pero era tan travieso que se hacía insoportable para todo el mundo, incluido Don Basilio.  Sin embargo, éste consideraba que aparecerse con su sábana delante del rapaz sería una exageración, así que durante mucho tiempo permaneció en el altillo donde moraba, sin atreverse a vagar por la casa como hacía antes.
            Pero un buen día fue Nicolás el que subió, curioso, hasta el altillo, cuya puerta estaba mal cerrada y sorprendió a Don Basilio enfundado en su sábana.  Lejos de amilanarse, el niño le preguntó “¿y tú quién eres?”  “Soy un fantasma, ¿no lo ves?” dijo Don Basilio un poco mosqueado.
            El niño lo miró de arriba abajo, lanzó una carcajada y dándose la vuelta para volver a la planta baja le espetó: “tonto, los fantasmas no existen”.
            La sábana que cubría al fantasma de Don Basilio cayó al suelo inmediatamente después de que el niño se marchara y no ha vuelto a moverse de allí desde entonces. Nicolás ya tiene veinte años y nadie ha vuelto a saber nada del fantasma.

EL OJO
            A Jorge le gustaba con locura leer.  Desde que aprendió a hacerlo, a los cuatro años, había sido un lector incansable de cuanto material caía en sus manos. Su mala salud crónica y los largos períodos de cama que tuvo que guardar a lo largo de los años favorecieron esa costumbre.
            Tal vez, si hubiera podido moverse de otra forma,  se habría aficionado a los deportes, como la mayoría, pero a él sólo le interesaba leer.
            Con el paso de los años fue perdiendo partes del cuerpo, por las enfermedades que lo aquejaban.  Primero tuvieron que cortarle un pié, más tarde el otro, luego la vesícula y el bazo, después el resto de las piernas, también el ojo derecho y la oreja izquierda.
            Estuvo estable un par de años, pero luego volvieron las amputaciones y ablaciones: Las manos y los brazos, el apéndice y los genitales, la otra oreja y la nariz,  y así sucesivamente.
            En realidad, además de mala salud, Jorge tenía mala suerte, porque algunas de las causas fueron accidentes de todo tipo: domésticos, de tráfico, etc.  El caso es que entre una cosa y otra, antes de cumplir los cuarenta años, Jorge quedó reducido solamente  a un ojo izquierdo.  Otro, en su lugar, se hubiera sentido desesperado, pero él estaba tan acostumbrado a la inactividad, que ya no se molestaba demasiado. Además, podía hacer lo que más le gustaba en el mundo: leer, y las enfermedades cada vez tenían menos motivos para cebarse en su persona, ante la falta de órganos y partes del cuerpo y en estas condiciones pasó bastante tiempo, hasta aquel día en que sopló tanto viento y le entró una basurita en el ojo..  Tenía mala suerte, evidentemente.

GARIBALDI
         La abuela de Felipe tenía como mil años. Nunca supe su edad exacta, pero sin duda era muy mayor.  Era una ancianita pequeña y frágil, con la cara llena de arrugas y una expresión dulce y serena y con una sonrisa siempre a flor de labios.
            Supongo que la inminencia de su propia muerte y la evidencia de la decrepitud no debían ser motivo suficiente para tanta sonriente serenidad, pero posiblemente la explicación al fenómeno se debiera a que la buena mujer hacía años que sufría de demencia senil y no se enteraba ni pizca de lo que sucedía a su alrededor.                                                                        .           Simplemente, vegetaba en un sofá, mirando la tele con una media sonrisa en los labios que se hacía más grande cada vez que miraba la foto de Garibaldi que había en un portarretratos sobre la mesita, al lado del sofá en la que pasaba el día sentada sin molestar a nadie.
            La buena mujer era italiana y desde muy joven había tenido una admiración rayana en la idolatría por el prócer italiano y, al parecer, su recuerdo era el único que había conseguido sobrevivir a la demencia senil, ya que la pobre señora no reconocía a nadie de su entorno ni el sitio donde estaba. Si saliera sola a la calle, evidentemente, se perdería sin remedio.
            Para la familia de Felipe, el único problema que significaba el estado de su abuela, más allá de os cuidados que deben darse a cualquier persona mayor, se limitaba a vigilar que no saliera de la casa subrepticiamente y a reconducirla hacia su cama cada vez que se levantaba por las noches, creyendo que ya era de día y tenía que preparar el desayuno para todos.
            Otra cosa eran los sustos que les daba la buena mujer, inofensivos pero molestos, porque muchas madrugadas, la pobre anciana se despertaba dando gritos a voz en cuello de: ¡Garibaldi!, ¡Garibaldi!
            Tal vez, en algún momento de su ya muy lejana juventud, la mujer habría visto pasar por su pueblo al prócer y a sus huestes, o simplemente creía verlo en sueños. No había manera de saberlo.
            Un día, ocurrió lo impensado.  En un momento de distracción de la familia la anciana se levantó del sillón y, al parecer, consiguió ganar la calle y desaparecer.
            Alertados, Felipe, sus hermanos y sus padres la buscaron por todas partes, pusieron retratos suyos en los postes de luz ofreciendo recompensa por su aparición, recurrieron a la policía, llamaron a todos los hospitales y asilos, pero todo fue en vano.
            Al día siguiente, en el retrato que estaba en la mesita junto al sofá, la abuela de Felipe sonreía encantada del brazo de su héroe.




lunes, 12 de marzo de 2012

LA FELICIDÁ, JA, JA,JA,JA...

Una de las cosas que me asombran de las redes sociales como Facebook es la velocidad con que la gente intercambia información de distinto tipo, así como la cantidad y diversidad de dicha información, hasta tal punto que quienes tenemos, por diferentes razones, agregadas como amigos a muchas personas (en mi caso supero las trescientas, pero hay quien tiene varios miles) nos encontramos con serias dificultades a la hora de incorporar y digerir toda la información que proviene de nuestros amigos, reales y virtuales.

Quiero decir que a veces leemos una frase, o una cita famosa sin detenernos mucho en ella y aplaudimos o denostamos a quien la subió a nuestro muro, al suyo o al do otro amigo común, según nos haya gustado o no su significado. Sin embargo, pocas veces leemos el comentario con tiempo suficiente como para darnos cuenta de que muchas veces el texto admite una lectura diferente de la que hacemos “prima facie”.

Pongo un ejemplo. Hace unos días, mi amiga Mónica publicaba en el muro de su hermana Patricia una frase sobreimpresa en una foto de Cantinflas (¿su autor?) que decía algo así como que “tu primera obligación es ser feliz, y la segunda es hacer felices a los demás; lo segundo ya lo has logrado”.

Cualquier persona en su sano juicio puede inferir que la intención de Mónica era expresar a Patricia la felicidad que le provoca tenerla como hermana (equivalente a la que a mí me provoca que sean mis amigas estas dos mujeres inteligentes y hermosas) y también exhortarla a ser feliz de una buena vez., pero un ligero cambio en el punto de vista de Patricia, quizá más fatalista, generó un pequeño intercambio de opiniones entre ambas, en el que un servidor intervino haciendo un chiste tonto.

Increíblemente, mi absurda intervención generó por ambas partes el pedido de que intercediera a favor de una o de otra, cosa que no me hubiera sorprendido si no me conocieran desde hace muchísimos años y no supieran que de mi mente enfebrecida es imposible obtener un razonamiento lógico y coherente. El caso es que ningún hombre, demente (como yo) o en su sano juicio podría negarse al pedido de semejantes féminas, así que acepté intervenir.

La primera bobada que se me ocurrió fue decir que yo no quiero tener la obligación de ser feliz, porque la vida ya se encarga de ponernos el listón muy alto, porque ser feliz implica una tarea titánica, de resultado poco menos que imposible como para que, encima, resulte ser una obligación. Quiero decir que con respecto a la consecución de la felicidad, que obtenemos, en el mejor de los casos, en pequeñas grageas, el umbral de tolerancia a la frustración suele ser muy bajo y que si, además, le damos categoría de obligación, ese umbral disminuirá todavía más, lo que nos haría vivir en un estado de frustración casi perenne.

Por otra parte, la vida no reparte de forma equitativa los medios para ser felices. Hay un dicho que expresa que el dinero no da la felicidad, pero que la compra hecha.. Tal vez no sea exactamente así, porque “los ricos también lloran”, pero es indudable que Bill Gates, por poner un ejemplo, tiene muchas más posibilidades económicas que yo de adquirir un mayor porcentaje de aquellas “grageas de la felicidad” de las que hablábamos antes. Me parece, por tanto, que hay un agravio comparativo al hacerme participar contra mi voluntad en una carrera tan desventajosa. La fábula de la tortuga y la liebre es simplemente eso, una fábula, pura ficción.

En cuanto a lo de hacer felices a los demás, me parece una exageración muy peligrosa. No es que niegue el derecho a la felicidad ajena, pero creo que habría que acotarlo. Personalmente, prefiero negarme a facilitar motivos para ser feliz a un pederasta, a un dictador o a un psicópata, diciéndole a este último “estrangúleme y sea feliz”, o al primero “llévese a mi niño detrás de aquel matorral y haga lo que usted sabe con toda confianza, su felicidad es lo primero”.

Otras veces, aunque queramos que la otra persona sea feliz, no podemos lograrlo. Hay trastornos de la personalidad, como la psicosis maníaco depresiva, que alteran las percepciones de quienes la padecen, haciendo que los motivos de felicidad que podamos darles les parezcan exactamente lo contrario, lo que transforma en completamente inútil todo nuestro trabajo en ese sentido.

También hay que decir que el mundo está lleno de pesimistas, egoístas y amargados que se niegan a sí mismos, sistemáticamente y sin motivo aparente, el derecho a disfrutar de unos mínimos retazos de felicidad, así como el permitir que otros lo sean.. ¿Por qué tendría yo que mover un dedo para facilitarles el goce a estos sujetos de tal calaña?

Cuesta reconocerlo, pero hay gente que nos odia. No viene al caso si tienen o no motivos para hacerlo, pero de todas formas nos convierten en objeto de su aversión. ¿Qué hacer frente a ellos? Tal vez cantarles con una sonrisa en los labios aquello de “ódiame por favor, yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia” o quemarnos a lo bonzo frente a su balcón luego de pedirles que no dejen de filmar la escena para llevarla a la tele y ganarse un dinero extra, además de tener un recuerdo para toda la vida de un instante delicioso.

Y luego están los pequeños detalles, los asuntos cotidianos, que a veces nos ponen en disyuntivas muy difíciles de resolver. Si tengo una vecina beata que es fanática del canto gregoriano y me pone todos los días a los Monjes de Silos a todo volumen coincidiendo con las horas en que los curas rezan sus oraciones en el convento (maitines, laudes, etc.), ¿qué debo hacer para que sea más feliz?, ¿debo acompañarla en sus plegarias como si fuera un franciscano y renunciar a dormir durante más de dos horas seguidas, o será mejor tomar las medidas para hacer que la venerable santona escuche los cánticos en directo (que no en vivo) en la voz de un coro de ángeles y sentada a la diestra del Señor?

¿Cómo hacer feliz al chihuahua de mi vecina, que todos los días deja sus deposiciones encima de mi felpudo?, ¿comprando para él un felpudo nuevo cada día y poniéndole para que coma albóndigas con laxante o prestándole mi rifle calibre 22 a ese otro vecino, víctima como yo del mismo simpático chucho y que dice cada vez que me cruza que nada lo haría más feliz que meterles cuatro tiros al perro diarreico y a su dueña?

En fin, que paso de obligaciones en ese sentido y que cada uno sea libre de hacer de su culo un jardín, mientras no estorbe a los demás. De momento, me conformaré con hacer felices a los lectores dejando de escribir, no sin antes exhortarles a que, si les ha gustado este disparate y han sido felices con él por un momento, lo compartan con sus amigos en los muros de sus redes sociales, para que ellos también disfruten de su misma felicidad y a que si, por el contrario, no les ha gustado, lo compartan con sus enemigos, ya que de este modo podrán resarcirse mínimamente al ver cómo esos odiados rivales se retuercen de asco. De paso, me darán la alegría de proporcionar nuevos lectores a este blog infame y desatendido, cumpliendo plenamente con la máxima de Cantinflas. Muchas gracias.

domingo, 7 de agosto de 2011

LOS INDIGNADOS DEL 15-M Y LA CAMISETA DEL SPORTING

Hace unos días, un amigo muy querido ponía en su muro de Facebook una frase en la que decía que todo lo relacionado con el movimiento 15-M le parecía una payasada. A continuación, la mayoría de sus amigos suscribía este pensamiento, con excepción de uno, que fue tratado de payaso por otro de los participantes del foro.

Las conclusiones, más o menos, eran que los acampantes en las distintas plazas no eran más que un grupo de descerebrados, que no tenían ninguna propuesta concreta y que utilizaban las plazas para sus picnics en vez de acudir a un área recreativa.

No sé si todos hablaban en serio o sólo era una broma para iniciados que yo no entendí (hace poco sufrí un equívoco similar cuando, en el muro de una amiga, escribí un comentario machista que fue interpretado como serio, y criticado con razón, por otro de los participantes del pequeño foro que se había creado, el prestigioso escritor Lázaro Covadlo, cuya amistad, luego de aclarado el equívoco, me honra) y también me gustaría aclarar que creo que cada uno tiene derecho a pensar lo que le dé la gana y a manifestarlo, pero cuidando las formas, porque, si el comentario fuese cierto, y partiendo de la base de que “payasada” es lo que hacen los payasos, mi amigo estaría llamando de esa forma a cientos de miles, o tal vez millones, de personas que simpatizan con ese movimiento, incluyéndome.

En mi caso, el movimiento 15-M, más que simpatía, lo que inspira es respeto. Porque eso es lo que produce una persona que pudiendo estar cómodamente sentada en el sofá de su casa o frente a la barra de un bar, comiendo hasta reventar y bebiendo hasta perder el sentido mientras mira el enésimo “partido del siglo” entre el Barça y el Madrid, elige presentarse en una plaza (Sol, Catalunya, etc) para decir que no está conforme con lo que le dan aquellos que dicen representarlo y que juraron desempeñar su cargo honradamente. Con riesgo cierto, además, de que en cualquier momento le revienten la cabeza a porrazos por no vivir aborregado.

Para peor, luego de que le rompan la cabeza, y en caso de haber conseguido alguna de sus reivindicaciones, tendrá que pasar el mal trago de ver cómo aquel que se quedó en casita o en el bar mientras llovían hostias, se aprovecha de los beneficios conseguidos por los que dieron la cara, en lugar de renunciar a ellos, como éticamente deberían por no haber hecho nada para obtenerlos, además de haber llamado payaso al que sí lo hizo.

Creo que hasta cierto punto es cierto que el movimiento no tiene demasiadas propuestas, pero ¿realmente debería tenerlas? Creo que no, ya se les paga para eso , y muy bien, a los políticos con el dinero de todos. El principal problema radica en la democracia, para ser más exactos, en ESTA democracia que tenemos, que no es tal, porque democracia es aquel sistema político en donde el gobierno lo ejerce el propio pueblo por medio de sus representantes.

Aquí no ocurre nada de eso. Los supuestos “representantes”, más que gobernar. obedecen a poderes económicos, religiosos, etc., que propugnan cosas muy diferentes de lo que el pueblo quiere. Si se hiciera una encuesta, veríamos que porcentaje del pueblo quiere contratos basura, reducciones salariales, recortes en sanidad y educación, salarios estratosféricos para directivos de empresas y políticos, jubilaciones de privilegio, gastos militares para ir a tirar tiros en países donde no se nos ha perdido nada, subvenciones a entidades religiosas. ¿Hace falta que siga?

Doy por descontado que el problema es muy serio y que no alcanza con expresiones voluntaristas para resolverlo, pero por algo se debe empezar y ese algo es tomar conciencia. La gente del 15-M ayuda, a su modo y no siempre con éxito, a ello y sólo por eso se merece todo mi respeto.

Curiosamente, mi amigo antes mencionado y varios de sus cofrades habían participado apoyando otra campaña para conseguir, en este caso, que la directiva del Sporting de Gijón retirara una nueva camiseta que les parecía horrible y poco representativa de los colores y la historia del club. Debo aclarar que a mí también me parecía horrorosa y que estaba de acuerdo con ellos.

A lo que voy es que en ese momento ellos protestaron (legítimamente), pero tampoco presentaron ninguna propuesta de camiseta alternativa. Y la pregunta que me surge es: ¿por qué ellos no lo hicieron y exigen al 15-M que lo haga? Porque, ¿qué más da que se trate de una camiseta o de medidas de gobierno? Lo que hay que ser es coherente.

El caso es que los hinchas del Sporting finalmente consiguieron que el club retirara la famosa camiseta , remplazándola por otra y nuestros amigos no han hecho más que demostrar, salvando las distancias y aún en su incoherencia, cuál es el camino correcto. Muchas gracias.

lunes, 27 de junio de 2011

PODRÍA OCURRIRTE A TI (Humor 2)

Hasta cierto punto es verdad que la gente colapsa por tonterías los servicios de urgencias de hospitales y ambulatorios. Lo sé porque lo he vivido, ya que por mis achaques he tenido que pasar por urgencias varias veces en los últimos años y he visto allí gente que va a tratarse de, por ejemplo, una faringitis o un resfriado común.

También he comprobado que mucha gente va a la consulta médica a hacer sociales, sobre todo las mujeres de cierta edad. Ellas, en vez de ir al bar como hacen sus maridos, optan por la sala de espera para contarse sus cuitas.

Hace un par de años, una lesión que tardaba en sanar me obligó a ir a que me curasen casi todos los días durante algunos meses. Durante todos los días, la asistencia era de una cierta cantidad de personas al día, hasta que de repente, esa asistencia se redujo al 10% y se mantuvo así durante un par de semanas. Extrañado, le pregunté a la administrativa qué sucedía para que la sala de espera estuviera tan desierta y ella me respondió que la médico titular estaba de vacaciones y habían enviado a un reemplazante, para más datos hombre, extranjero (creo que era panameño) y de ascendencia japonesa. Por lo tanto, la mayoría de las mujeres del pueblo había suspendido sus achaques hasta que regresara la titular.

Aprovechando esta circunstancia, así como la tan cacareada necesidad de recortes presupuestarios, siempre en sanidad y cultura, qué curioso, nunca en gastos militares ni en sueldos superfluos de asesores variados, coches oficiales, dietas, gastos de representación y otras cosas tan necesarias, es que entran en escena los políticos.

En este caso, para proponer medidas que ahuyenten a los pacientes de los centros hospitalarios y, de ser posible, que los orienten hacia los centros privados que, casualmente, les pertenecen a ellos o a alguno de sus amigos y auspiciantes. El tránsito, eso sí, ha de ser disimulado, debe verse como una cosa natural, que cae de madura.

Una de esas medidas, lo sé de buena fuente, es incrementar hasta el exceso el uso de ciertas prácticas de diagnóstico que puedan resultar incómodas. A día de hoy la estrella que más alumbra es el tacto rectal.

Así, ya no se usa, como antes, para detectar problemas de próstata, sino para casi cualquier cosa. ¿Que vas porque estás estreñido desde hace tres días? Pues tacto rectal. ¿Qué te duelen los oídos? Pues tacto rectal. ¿Qué estás embarazada? Pues ya lo sabes, ponte mirando p’allá y cierra los ojos. Y en cualquier caso fíate de que sea un dedo…

En algunos países con gobiernos de derechas, que son los más radicales en la aplicación de estas medidas, sobre todo porque ellos no usan la sanidad pública, están contratando mediante anuncios de trabajo muy disimulados, a personas con acromegalia o gigantismo, con las manos muy grandes y los dedos muy gruesos, con una leyenda que pide “se valorará a personas capaces de tocar las castañuelas con tapas de inodoro”. El puesto de trabajo es el que todos nos estamos imaginando, claro.

Pienso en la pobre tía Eufrasia, que siempre fue tan beata y para quien el sexo era justificable nada más que por necesidades reproductivas y que siempre mantuvo a raya en ese sentido al bueno de tío Ildefonso. Ni hablar de los escándalos que le montaba cuando el paisano alegaba mala puntería o problemas de miopía para justificar sus intentos de incursionar en la “zona oscura”. Pues la pobre mujer, a sus ochenta y pico de años, fue al médico por un cólico nefrítico y volvió con los ojos haciéndole chiribitas al grito de “¡prefiero morirme de sífilis a volver a pisar ese antro de sodomitas!”

Las malas lenguas dicen también que un candidato presidencial pensó para sí: “eshto esh fácil, tanto que hashta puedo hasherlo yo”, dirigiendo su dedo a las posaderas de una también candidata a Presidenta de Comunidad, pero que ésta ya estaba prevenida por haber sufrido antes los embates de un candidato a alcalde y que por eso llevaba un refuerzo metálico al estilo de los antiguos cinturones de castidad. El caso es que el candidato presidencial acabó con el dedo roto y su partido montando un paripé, simulando la caída de un helicóptero para justificar la fractura y, de paso, obtener más presencia en los medios que sus opositores.

Otra tía mía tuvo también una experiencia similar. Tenía cistitis. Yo la acompañé y puede ver cómo el médico hablaba con ella y le pedía que tomara posición en la camilla. Ella empezó a gritar, enojada, “pero si lo mío es que me meo” y el médico respondió, con una sonrisa mefistofélica mientras se untaba con lubricante un dedo como una berenjena: “hasta ahora te meabas, ahora te vas a cagar”

Pero hasta ahora sólo hemos hablado de mujeres. Hay que ver las caras de los hombres al salir de la consulta. Los hay que salen llorando a moco tendido, algunos salen apretando las nalgas como si se les fuera a caer algo y todos salen cabizbajos, como sin poder aguantar la mirada de los que están en la sala de espera.

Mi amigo Jorge es muy enamoradizo, a tal punto que un día decidió cortejar a su médico de cabecera, una mujer joven y muy hermosa, según sus palabras, y no tardó en confesarme que iría a por ella en cuanto tuviera ocasión. Un día, después de encontrarnos por casualidad en el bar, lo acompañé a la consulta. Salió llorando desconsolado. “Vamos, no es para tanto, le dije, muchas personas han pasado por eso”. “Sí, respondió, pero la seducción se basa en el misterio y a ver qué misterio puedo presentarle a una mujer que me ha hecho esto? Creo que voy a suicidarme”. Y se marchó rumbo al supermercado, en donde hay una cajera nueva que le gusta y para la que todo él es un misterio por resolver.

Sin embargo, no todo son llantos. Hay señores que salen de la visita con una sonrisa de oreja a oreja, con su mejor cara de satisfacción y comentando lo bien que le queda la bata verde al Dr. González. Y señoras que también, pero ellas disimulan más, ya se sabe que las mujeres fingen, a veces.

Dicen también que cierto alcalde recién elegido tiene pensado crear una cuadrilla que recorra los templos a donde van a orar los fieles de cierta religión (todos extranjeros) para aprovechar que lo hacen adoptando una postura de lo más conveniente, pero me temo que las consecuencias podrían ser catastróficas. ¿Se imaginan una intifada en represalia?

En fin, que esto es lo que hay. Mejor será que recapacitemos, porque si no tendremos que irnos todos a la medicina privada, en donde nos van a meter el dedo en el culo igual, pero nos habrán hecho pagar la vaselina por adelantado. ¡Y a precio de oro!