lunes, 27 de junio de 2011

PODRÍA OCURRIRTE A TI (Humor 2)

Hasta cierto punto es verdad que la gente colapsa por tonterías los servicios de urgencias de hospitales y ambulatorios. Lo sé porque lo he vivido, ya que por mis achaques he tenido que pasar por urgencias varias veces en los últimos años y he visto allí gente que va a tratarse de, por ejemplo, una faringitis o un resfriado común.

También he comprobado que mucha gente va a la consulta médica a hacer sociales, sobre todo las mujeres de cierta edad. Ellas, en vez de ir al bar como hacen sus maridos, optan por la sala de espera para contarse sus cuitas.

Hace un par de años, una lesión que tardaba en sanar me obligó a ir a que me curasen casi todos los días durante algunos meses. Durante todos los días, la asistencia era de una cierta cantidad de personas al día, hasta que de repente, esa asistencia se redujo al 10% y se mantuvo así durante un par de semanas. Extrañado, le pregunté a la administrativa qué sucedía para que la sala de espera estuviera tan desierta y ella me respondió que la médico titular estaba de vacaciones y habían enviado a un reemplazante, para más datos hombre, extranjero (creo que era panameño) y de ascendencia japonesa. Por lo tanto, la mayoría de las mujeres del pueblo había suspendido sus achaques hasta que regresara la titular.

Aprovechando esta circunstancia, así como la tan cacareada necesidad de recortes presupuestarios, siempre en sanidad y cultura, qué curioso, nunca en gastos militares ni en sueldos superfluos de asesores variados, coches oficiales, dietas, gastos de representación y otras cosas tan necesarias, es que entran en escena los políticos.

En este caso, para proponer medidas que ahuyenten a los pacientes de los centros hospitalarios y, de ser posible, que los orienten hacia los centros privados que, casualmente, les pertenecen a ellos o a alguno de sus amigos y auspiciantes. El tránsito, eso sí, ha de ser disimulado, debe verse como una cosa natural, que cae de madura.

Una de esas medidas, lo sé de buena fuente, es incrementar hasta el exceso el uso de ciertas prácticas de diagnóstico que puedan resultar incómodas. A día de hoy la estrella que más alumbra es el tacto rectal.

Así, ya no se usa, como antes, para detectar problemas de próstata, sino para casi cualquier cosa. ¿Que vas porque estás estreñido desde hace tres días? Pues tacto rectal. ¿Qué te duelen los oídos? Pues tacto rectal. ¿Qué estás embarazada? Pues ya lo sabes, ponte mirando p’allá y cierra los ojos. Y en cualquier caso fíate de que sea un dedo…

En algunos países con gobiernos de derechas, que son los más radicales en la aplicación de estas medidas, sobre todo porque ellos no usan la sanidad pública, están contratando mediante anuncios de trabajo muy disimulados, a personas con acromegalia o gigantismo, con las manos muy grandes y los dedos muy gruesos, con una leyenda que pide “se valorará a personas capaces de tocar las castañuelas con tapas de inodoro”. El puesto de trabajo es el que todos nos estamos imaginando, claro.

Pienso en la pobre tía Eufrasia, que siempre fue tan beata y para quien el sexo era justificable nada más que por necesidades reproductivas y que siempre mantuvo a raya en ese sentido al bueno de tío Ildefonso. Ni hablar de los escándalos que le montaba cuando el paisano alegaba mala puntería o problemas de miopía para justificar sus intentos de incursionar en la “zona oscura”. Pues la pobre mujer, a sus ochenta y pico de años, fue al médico por un cólico nefrítico y volvió con los ojos haciéndole chiribitas al grito de “¡prefiero morirme de sífilis a volver a pisar ese antro de sodomitas!”

Las malas lenguas dicen también que un candidato presidencial pensó para sí: “eshto esh fácil, tanto que hashta puedo hasherlo yo”, dirigiendo su dedo a las posaderas de una también candidata a Presidenta de Comunidad, pero que ésta ya estaba prevenida por haber sufrido antes los embates de un candidato a alcalde y que por eso llevaba un refuerzo metálico al estilo de los antiguos cinturones de castidad. El caso es que el candidato presidencial acabó con el dedo roto y su partido montando un paripé, simulando la caída de un helicóptero para justificar la fractura y, de paso, obtener más presencia en los medios que sus opositores.

Otra tía mía tuvo también una experiencia similar. Tenía cistitis. Yo la acompañé y puede ver cómo el médico hablaba con ella y le pedía que tomara posición en la camilla. Ella empezó a gritar, enojada, “pero si lo mío es que me meo” y el médico respondió, con una sonrisa mefistofélica mientras se untaba con lubricante un dedo como una berenjena: “hasta ahora te meabas, ahora te vas a cagar”

Pero hasta ahora sólo hemos hablado de mujeres. Hay que ver las caras de los hombres al salir de la consulta. Los hay que salen llorando a moco tendido, algunos salen apretando las nalgas como si se les fuera a caer algo y todos salen cabizbajos, como sin poder aguantar la mirada de los que están en la sala de espera.

Mi amigo Jorge es muy enamoradizo, a tal punto que un día decidió cortejar a su médico de cabecera, una mujer joven y muy hermosa, según sus palabras, y no tardó en confesarme que iría a por ella en cuanto tuviera ocasión. Un día, después de encontrarnos por casualidad en el bar, lo acompañé a la consulta. Salió llorando desconsolado. “Vamos, no es para tanto, le dije, muchas personas han pasado por eso”. “Sí, respondió, pero la seducción se basa en el misterio y a ver qué misterio puedo presentarle a una mujer que me ha hecho esto? Creo que voy a suicidarme”. Y se marchó rumbo al supermercado, en donde hay una cajera nueva que le gusta y para la que todo él es un misterio por resolver.

Sin embargo, no todo son llantos. Hay señores que salen de la visita con una sonrisa de oreja a oreja, con su mejor cara de satisfacción y comentando lo bien que le queda la bata verde al Dr. González. Y señoras que también, pero ellas disimulan más, ya se sabe que las mujeres fingen, a veces.

Dicen también que cierto alcalde recién elegido tiene pensado crear una cuadrilla que recorra los templos a donde van a orar los fieles de cierta religión (todos extranjeros) para aprovechar que lo hacen adoptando una postura de lo más conveniente, pero me temo que las consecuencias podrían ser catastróficas. ¿Se imaginan una intifada en represalia?

En fin, que esto es lo que hay. Mejor será que recapacitemos, porque si no tendremos que irnos todos a la medicina privada, en donde nos van a meter el dedo en el culo igual, pero nos habrán hecho pagar la vaselina por adelantado. ¡Y a precio de oro!

jueves, 16 de junio de 2011

CARA Y CRUZ (Artículo periodístico 8)

Leí en alguna parte, hace poco, que la estructura de ADN del género humano sólo se diferencia del de las ratas en un cromosoma.. Esa, apenas un cromosoma minúsculo, es la diferencia que nos hace distintos a los seres humanos de esos repugnantes y asquerosos roedores que nadie quiere tener en su casa y a los que a menudo se les tiene pánico, además de repulsión.

Admito que no soy la excepción. Hasta el ratón Mickey me cae fatal, no me gustan las cobayas, ni los hamsters ni ningún bichejo que se les parezca, porque todos me asemejan ratas como las que vemos en el puerto o en los andenes del metro o de las estaciones de tren. Sin embargo, también debo admitir que soy casi como ellas, según dicen los científicos, mal que me pese, porque confieso que preferiría compartir ADN con un gato doméstico, con un caballo o con una gallina de Guinea antes que con una rata, un bicho que vive entre las basuras, entre lo podrido, transmitiendo enfermedades por doquier. ¡Qué horror! Por suerte, nosotros somos distintos… ¿o no?

Don de Lillo, en su novela “Submundo”, habla de los experimentos nucleares realizados durante la “guerra fría” tanto por rusos como por norteamericanos utilizando, no ya a sus enemigos sino a sus propios compatriotas. Esto no es un invento de de Lillo, se ha comprobado, pero hay más ejemplos. En Ruanda, hutus y tutsis se masacraron mutuamente sin contemplaciones para determinar algo tan importante como quién es el más negro de los dos. En los Balcanes, no hace mucho, serbios. bosnios, croatas y montenegrinos, entre otros, se mataban y violaban por motivos similares. En Hiroshima y Nagasaki algún ser humano (no una rata) soltó sendas bombas atómicas con los resultados conocidos. En Sabra y Chatila más de lo mismo y pueden encontarse más raciones de la misma sopa allá donde vayamos, obteniendo la misma conclusión: el hombre es el lobo del hombre.

Las ratas no hacen esto, ni ningún otro animal. ¿Tan defectuoso es el cromosoma que nos diferencia, que puede contener todo este horror?, ¿tan mal nos funciona que le damos el Premio Nobel de la Paz a un genocida de vietnamitas y a otro que mandó a un grupo comando para que asesinase a sangre fría a su enemigo mientras él y otras personas asistían a la ejecución por la tele, en medio del aplauso y el beneplácito de casi todo el mundo no árabe?

¿Tan chapucero puede ser ese Dios que, dicen, nos ha creado a su imagen y semejanza? ¿Tan achicharrado tenemos el bendito cromosoma que nos hace distintos de las ratas, que le damos el gobierno de nuestros países a personajes capaces de cometer semejantes desmanes? ¿O será que, en el fondo, somos como ellos?

A juzgar por lo que nos muestran en directo los medios de comunicación, con su carga de sangre, vísceras, quemaduras, ejecuciones y demás lindezas que cometemos o, por lo menos, permitimos cometer, somos peores que las ratas. Peores que el monstruo más repulsivo que haya concebido la mente de H. P. Lovecraft. Somos una mierda.

Y sin embargo, hay seres humanos cuya conducta parece sugerir todo lo contrario.

Brahí es un niño saharaui que vive con su familia en una jaima en medio del desierto de Argelia, lejos de su patria, en calidad de refugiado político. Allí lo llevaron los cromosomas defectuosos de personajes como el rey de Marruecos, el de España (por dejación) y varios miembros de lo que se da en llamar “la comunidad internacional”. Su familia apenas tiene para vivir, su padre está trabajando sin papeles en algún país europeo y Brahí y su hermanos deben caminar largos trechos sobre la arena ardiente para conseguir agua potable.

Dentro de unos días, Brahí llegará a España, como los últimos tres o cuatro años, con sus piernitas raquíticas y su sonrisa luminosa, como parte de un programa de intercambio con familias asturianas de acogida. Allí pasará los próximos dos meses, en casa de Manolo, Quintina y María, que tienen sus cromosomas en buen estado y se desviven por atender a ese niño que es como un sol en sus vidas (y en la de cualquiera que tenga la suerte de conocerlo, como yo)

En estos días, Brahí vivirá en un pequeño paraíso, tan distinto de su medio habitual, y verá cómo sería el mundo si el género humano no tuviera el cromosoma frito y él no tuviera que pagar porque algunos lo tengan.

¿Y luego? Nada, lo de siempre. El desierto, la miseria, la falta de agua, las caminatas, el hambre. Porque mandan, aquí y allá, los que tienen el cromosoma frito, porque los Manolos, Quintinas y Marías poco pueden hacer para cambiar el estado de cosas, más allá de enseñarle a un niño que hay otra vida posible, que la educación tiene valor todavía, que alguien debe hacer algo para que su gente viva en condiciones dignas, que el enemigo no es el vecino, sino el del cromosoma deteriorado, que si no le damos valor al cromosoma sano que algunos conservan, esto no saldrá adelante.

Tal vez no sea suficiente, visto lo visto, pero al menos hay que intentarlo. Manolo y compañía nos marcan la senda y en ese camino hasta el ratón Mickey parece caerme más simpático.