martes, 18 de diciembre de 2007

Los nuevos hippies europeos (Artículo periodístico 2)

No son exactamente los hijos de aquellos que pregonaban el poder de las flores oponiendo su resistencia pacífica a la guerra de Vietnam, Sólo tienen de ellos un parecido aspecto físico, la intención de rescatar del olvido algunas formas de la psicodelia y el “pop art”, la propensión al consumo de psicotrópicos y cierta vocación por la suciedad.

Paridos por una Dama de Hierro inseminada artificialmente gracias a la probeta económica neoliberal, ya no protestan contra la guerra, que persiste mudada de sitio, fragmentada en varios focos intermitentes y librada por tropas ultraprofesionales. Ni siquiera la violencia cotidiana parece preocuparles demasiado, acostumbrados a convivir con la paradoja televisiva de la muerte en vivo y en directo.

Protestan contra la sociedad injusta que les ofrece unos pocos puestos de trabajo pesado como operarios, mineros o sirvientes a cambio de sus flamantes diplomas de psicólogo, diseñador o escenógrafo.

Viven en tiendas al estilo indio, montadas sobre terrenos fiscales a cambio de alguna que otra reprimenda. Se proveen de los enseres que las clases acomodadas tiran en su afán de renovación consumista y compran comida en el supermercado vecino con el dinero del subsidio por desempleo.

Sus gurúes, dinosaurios cincuentones, sobrevivientes de los viejos tiempos del “sexo, drogas y rock & roll”, además de superar más o menos airosamente el desenfreno de sus años juveniles, han sabido compensar su falta de capacidad creadora con un admirable sentido comercial.

Así, dictan a sus cachorros las pautas acerca de la ropa que deben llevar, los abalorios adecuados para conjuntar, las sustancias que permiten la fuga momentánea del mundo cruel que nos tocó en suerte y, también, las músicas que serán su emblema: el “house”, el “tecno”, melodías mínimas sustentadas en una caja de ritmos de batir uniforme que, dicen, asemeja los latidos oídos durante la etapa fetal y sumerge en letargo al escucha.

Al otro lado del mundo, casi en otro mundo, los “hombres topo” siguen trabajando sin diploma, como sus padres y abuelos, sin contrato ni Seguridad Social, sin salario. Con la ropa mínima para cubrirse, apenas si salen del socavón de la mina, porque la luz los daña, apenas lo suficiente para aparearse y mantener en funcionamiento la línea de producción de mano de obra barata y sumisa.

No se proveen de lo que otros desechan, porque donde ellos viven nadie descarta nada. Como sus antepasados, fabrican sus propios adornos, recuerdos de un pasado de esplendor, muy antiguo. También tienen su música, sencilla y lamentosa, creada a partir de cañas agujereadas y cajas de ritmos de madera y parches de cuero de oveja, cabra o guanaco por toda tecnología. Carecen de alfabeto y la tele no les llega por más satélites que se pongan en órbita.

No conocen a los nuevos hippies ni a los viejos. Ceros a la izquierda en las estadísticas, no tienen idea de la economía ni de sus leyes. Su dieta de hojas de coca con algún suplemento alimentario les quita luces para entender el por qué de la protesta de los jóvenes primermundistas. Tampoco alcanzan a comprender la causa de que su miseria inmemorial sirva para subvencionar la rebeldía de los que están tan lejos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Lei dos parrafos, pero como es muy tarde tengo mucho sueño! jiji. mañana te prometo q lo termino de leer pq me está gustando mucho. Siga escribiendo q lo hace muy bien. Un beso caballero

Anónimo dijo...

mentira!!! esto no sabe poner bien la hora, sale q lo escribía las 4 de la tarde y son las 01:54! q quede claro mi sueño!! jajaja ya, que si no te enojás. Mua!

GrouchoMarx dijo...

No entendi nada de la nota. Perdon, soy algo hiletrado, tengo estudios muy elementales, 2º grado de la educasion elemental bácica.
Le mando un saludo desde la tierra del sol y del buen vino.

Anónimo dijo...

Enrique, excelente tu mirada sobre como se mantiene la" armonia mundial".Cariños