lunes, 27 de abril de 2015

HIJOS

La mayoría de los seres humanos cumplimos el mismo ciclo vital. Sucesivamente somos hijos, padres, abuelos y algunos, los más longevos –o los más precoces-  llegan más allá y el único de estos ciclos que cumplimos todos, inexorablemente, es el  primero. Los otros quedan librados a la voluntad o al azar.
            Todos somos hijos, biológicos, adoptivos, putativos (con perdón) y tenemos la característica común de que no elegimos nacer, ni tampoco a nuestros padres, ni a nuestros hermanos, ni al resto de la familia. Nos ha tocado lo que hay, como en la lotería, y punto.
            Otra cosa que tenemos en común los hijos es que solemos ser muy injustos con nuestros padres. Algunos tenemos suerte y nos tocan progenitores “normales”, mientras otros tienen que padecer a cretinos de distinta laya: puteros (o su equivalente femenino), borrachines, drogadictos, ludópatas, golpeadores, corruptos, ladrones, proxenetas, etc., pero todos nos quejamos de lo que nos ha tocado, porque queremos que nuestros padres sean perfectos, los mejores del mundo y sólo son humanos, con virtudes y defectos.  No nos basta con que nos den cobijo, alimento, educación y cariño, queremos más. Exigimos más.
            Para justificar esas exigencias usamos el argumento de que no pedimos nacer y que nuestros padres tienen la obligación de satisfacer todos nuestros caprichos, ya que fueron ellos quienes quisieron tener hijos. Esas cuatro palabras –cobijo, alimento, educación, cariño- nos parecen una miseria, un simple trámite que ellos deben cumplir porque para eso nos engendraron.
            En realidad, somos obra del azar. Nuestros padres se han limitado a copular calculando aproximadamente la fecha de una posible fertilización y el resto es pura casualidad. Si la fecundación se hubiera concretado un mes antes o después, habría nacido otra persona. Ellos tendrían un hijo, sí, pero no el que tienen ahora y, además, ¿qué es lo que nos lleva a pensar que somos exactamente el hijo/a que ellos deseaban? Entre nosotros también abundan los crápulas y los que intentamos no serlo a veces actuamos como tales.  Encima pretendemos tener inmunidad y nos creemos los dueños de la verdad absoluta.
            Por sistema, olvidamos que las leyes delimitan obligaciones paternas desde hace muy poco tiempo, que éstas tampoco son tantas y que si nuestros progenitores han cumplido con ellas es porque han querido. Siempre ha habido gente que se salta las leyes y ellos también habrían podido hacerlo. Cuando unos padres asumen algo como obligatorio es porque quieren hacerlo, sin más, y no porque algo o alguien se los imponga.
            Los padres suelen avergonzarnos por infinidad de motivos: porque se llevan mal – tanto si siguen juntos como si se separan-, porque ganan menos dinero que otros, porque no pueden llevarnos a la playa más exclusiva, o no nos pueden comprar determinada marca de zapatillas, porque creemos que son catetos, porque son viejos, porque están gordos, porque se meten en negocios o inversiones que no resultan. Da igual, todo es culpa suya.
            Sin embargo, solemos olvidarnos de que, a veces – y no pocas- nosotros también les avergonzamos a ellos. Cuando suspendemos materias y repetimos curso, cuando dejamos de estudiar y no por falta de capacidad, cuando nos volvemos indolentes, cuando somos soberbios y orgullosos con nuestros propios hermanos, cuando pretendemos estirar la adolescencia hasta los treinta, cuando comprueban que no respetamos ciertas normas que nos han intentado inculcar – de tolerancia, de respeto-, pero nada de esto nos importa, porque nos creemos que somos el mejor hijo/a que hubieran podido tener.
            Casi todo lo que hacen es, para nosotros motivo de crítica y muchas veces no les dejamos margen de acierto, por ejemplo: les pedimos libertad para volar, pero les recriminamos que no hayan hecho nada para evitar que nos diéramos un porrazo cuando nos la dieron.
            Así, les vamos apartando de nuestras vidas, como a un traje viejo que ya no vamos a ponernos. A veces, vamos madurando y la vida nos hace entender que sus decisiones no eran tan malas – ahora tenemos hijos, también tenemos que tomarlas y comprobamos que no las hay más adecuadas-, nos vamos olvidando de que alguna vez les dijimos que no les llamábamos porque teníamos que pagar la llamada o alguna burrada por el estilo y queremos decirles que los queremos, que les damos las gracias por ayudarnos a ser lo que somos, por habernos querido, educado, mantenido y protegido, por haber aceptado nuestros defectos.

            Entonces vamos al teléfono y marcamos su número. A veces nos atiende la misma voz familiar, más vieja y cascada que antes, pero siempre la misma. Otras no responde nadie, dejándonos con la incertidumbre de si no lo hace porque simplemente ha salido o porque se nos ha hecho demasiado tarde y al otro lado de la línea ya no hay nadie, o hay alguien tan cansado y golpeado que ya no puede ni quiere responder.                   

2 comentarios:

Mimí Martín dijo...

Enrique ésta es una mirada franca y sensible de esa realidad llamada familia de la que ningún mortal puede sustraerse.
Sabemos cuál rama del árbol genialógico ocupamos, lo que no sabemos es cómo nos acomodaremos o nos acomodarán en ella; llegamos por "azar" o conscientemente para cumplir el deseo de otros, deseo que nos atrapa de alguna manera y pone a funcionar ipso facto un rol que bien o mal ejerceremos sin poder evitar los juicios, las culpas, las variadas demandas propias y ajenas, nuestro destino marcado por el otro puede ser inexorable si no sentimos en la rama una saludable incomodidad, hay qué ver las piruetas desesperadas y locas que algunos, no muchos, hacen para no morir en el intento de un reacomodo sostenible y salir de ésta trampa ancestral más o menos dignamente, eso si, con heridas de guerra.
Todos hacemos parte de la novela familiar, como bien lo señalo mi admirado Dr.Freud, donde existen personajes variopintos y argumentos a tutiplén, nadie la tíene fácil, no importa la rama donde se esté.
Me gusta tu análisis colmado de un humor fino y agudo, eres un colega muy observador y un hacedor de escritos deliciosos.
Veo que estás aceitando la máquina de forma rápida, el oficio de escritor produce siempre reverencia y pudor ante la hoja en blanco, éste oficio es para valientes, yo te admiro.

Anónimo dijo...

Hola! sabe que te admiro, y creo que escriviste cosas mui ciertas,y amargas tambiem, pero se equivoca, no somos hijos del acaso, hacemos parte de um mundo em desenvolvimiento, y aun ninhos perante el universo, y tudo em el universo es perfecto, solo el hombre es el lobo del hombre, la verdad es que hacemos el papel de padre madre hijos sobrinos avuelos y nietos y olvidamos de sermos nosotros mismos, dejar el papel e buscar nuestra felicidad,cumplir el que tenga que cumplir, pero continuar sendo livre, ni papel de marido ni de esposa, papel de gente que ha venido p ser feliz y livre como los pajaros em el cielo.