lunes, 18 de enero de 2010

El Tabernáculo (5ª parte) "La mujer de tu vida (II)"

Insisten. Me dan algunos minutos para atender a los recién llegados y cobrarle al “yuppie”, que ya se ha zampado todas las aceitunas y lo que le quedaba en el vaso, pero vuelven a la carga cuando regreso al mostrador con la bandeja vacía y el dinero en la mano. Miro a la mujer solitaria, que ahora habla por teléfono con una sonrisa de oreja a oreja, haciendo ostentación de dentadura, tal vez recién estrenada. Creo que la miro buscando una respuesta, pero a ella no le interesan mis problemas y me deja solo ante el peligro.
Nobleza obliga. Me metí yo solo en este berenjenal y, ya que los cuatro respondieron sobradamente a mi pregunta, yo no puedo menos que imitarlos, se los debo.
Con ademán cansado, dejo la bandeja sobre el botellero, meto el dinero en la caja, me acerco al mostrador, donde apoyo los codos para que sirvan de punto de apoyo a los brazos que sostienen mi cabeza y les suelto mi perorata improvisada.
“Ayer, mi hermano me recordó una frase que oímos o leímos una vez, hace años, en Argentina. Creo que es de Fontanarrosa y venía a decir, palabra más o menos, que el hombre admira a la mujer inteligente, desea a la hermosa y, finalmente, se queda con la que le hace un poco de caso. Visto lo visto, me parece que tal vez sea una buena definición de mi ideal de mujer”.
No cuela. Saltan sobre mí como cuatro hienas sobre el cadáver de una gacela, dispuestos a hacerme pedazos.
Dicen que no se puede tener tan poca dignidad, que es inadmisible tanta falta de ambición, que aunque la frase refleje la realidad de la mayoría de los casos conocidos, incluyendo los nuestros, estábamos hablando de ideales, en el sentido literal del término.
Dicen que hablábamos de sueños, de utopías y que traje a colación la frase para patear el tablero y salirme por la tangente sin dar mi verdadera opinión, que mi respuesta no es válida. Touché.
“En realidad, igual que ustedes, yo no tengo una respuesta cierta a esa pregunta, tal vez nadie la tenga. Cualquier posible respuesta debe ser precedida de un “tal vez” y, probablemente también, todas las posibles respuestas acaben siendo falsas. Si sabiendo esto, aún conservan la curiosidad, les cuento.
Tal vez sea aquella chica que conocí cuando estudiaba en la universidad. Esa chica que era mi amiga del alma, mi confidente y confesora, la que se reía conmigo de las mismas cosas, la que siempre sabía dos segundos antes lo que yo iba a decir, la que sabía que yo también sabía.
¿Cómo fue que estando tan cerca no nos vimos? ¿Cómo fue que recién alcanzamos a vernos claramente cuando estábamos a diez mil kilómetros uno del otro, cuando la vida hacía rato que nos había puesto sobre caminos tan distantes y dispares? ¿Por qué demonios, si todo estaba claro, si los dos ya lo sabíamos todo y no cabía ninguna duda en el momento del reencuentro, después de tantos años, ella no pudo aceptar mi invitación, si sólo se trataba de hacer que, al menos, siempre nos quedara París, aunque nuestro París particular fuera una ciudad cualquiera de un país lejano y hubiera que pintarlo en cuatro días sobre un lienzo tercermundista? ¿Por qué me habrá faltado tanto para parecerme a Bogart?
Volviendo a lo de antes, a lo mejor sólo se trató de un sueño imposible, una utopía, y la mujer de mi vida no ha llegado, o no alcanzo a distinguirla todavía. ¿Quién dice que no sea la cliente de aquella mesa?, ¿por qué no habría de regresar mañana , atraída por un hombre armado con mandil y bandeja y con veleidades de escritor maldito? ¿Quién puede asegurarme que mañana no será el día de la gran revelación y, al mirarnos mientras le sirvo un refresco, comprendamos por fin que nos hemos estado esperando durante años y que por unos días ella podrá soñar que su nombre es Ilsa y el mío Rick?
En suma, señores, que la mujer de mi vida, como la de la mayoría, es un sueño, unas veces situado en el pasado, otras en el futuro, y que sólo unos pocos elegidos alcanzan a situar en el presente.”