lunes, 28 de diciembre de 2009

El Tabernáculo (4ª parte) "La mujer de tu vida" (I)

Hoy hay poca gente en El Tabernáculo. La mayoría de los clientes se han marchado de vacaciones o a sus pueblos, a pasar el fin de año con sus familias y los que nos hemos quedado, por el motivo que sea, parece que nos moviéramos como en cámara lenta, como yendo sin prisa hacia la normalidad que volverá en enero..
Cuatro clientes habituales beben sus aperitivos sentados frente a la barra, mientras en las mesas sólo hay clientes de paso. Una mujer de unos cuarenta años, bastante atractiva que consume un desayuno tardío de café con leche y sándwich de jamón y queso y, en otra mesa, un joven treintañero con traje, gafas y maletín, uno de los tantos aspirantes a “yuppie” que los túneles del metro regurgitan cada mañana, que bebe su cerveza lentamente, a sorbos separados entre sí por las aceitunas que un palillo acerca cada tanto a su boca. Son desconocidos. No cruzan ni una palabra entre sí, ni con los de la barra. Conmigo, nada más que las indispensables para dar los buenos días y hacer su pedido.
Los cuatro habitués de la barra conversan entre sí morosamente, como con desgano, sobre el tema recurrente de siempre: mujeres. Más precisamente, departen acerca de las cualidades físicas de la única mujer que hay en este momento en el bar: la rubia (porque es rubia, probablemente teñida) que está sentada a la mesa.
Uno de ellos sentencia, lapidario: “es guapa, pero no es la mujer de mi vida”, comentario que provoca una pausa pensativa en el resto de contertulios y que yo aprovecho para meter baza en la conversación, con el propósito de despertar a mis clientes de su letargo, de que sacudan sus neuronas y pongan algo más de pimienta al anodino intercambio de opiniones que me están obligando a escuchar, nada más que por simple proximidad.
“¿Y se puede saber cómo serían las mujeres de sus vidas?”, pregunto en general. Y luego especifico, dirigiéndome al primero por la izquierda, que es el último que habló: “Por ejemplo, la tuya”.
Se produce un largo instante de silencio, que sólo sería interrumpido, si pudiéramos oírlo, por el ruido de los cerebros en funcionamiento repentino. Después de darle un par de sorbos a su vermú, como buscando inspiración, el aludido responde.
“No lo sé, de verdad, jamás he pensado en ello, ni ella tampoco se me ha presentado todavía. A estas alturas, tampoco creo que lo haga, aunque nunca se sabe. Dicen que nunca es tarde, pero yo creo que a mí ya se me pasó el arroz. Ya me ven, soltero todavía con casi sesenta y cinco años.. Lo que dije de esta chica de ahí no es verdad. En el fondo es impotencia, porque sé que una mujer así, aunque no sea nada del otro mundo, aunque sólo sea guapa a secas, sin más aditamentos, jamás le haría caso a un tipo como yo, principalmente por la diferencia de edad, ya que podría ser su padre. No me quejo, porque yo mismo elegí estar solo, quién sabe si por cobardía, pero así es, no creo que exista la mujer de mi vida.”
Interrogo al siguiente con una inclinación de cejas. Es un joven de veintipocos años que bebe ron con cola.
“A mí me gustan todas. A la viejita de la mesa de ahí no saben cómo le daría, si me diera pié. Mientras tengan buenas tetas y buen culo, lo demás da lo mismo. Rubias, morenas, pelirrojas. Tampoco es necesario que sean muy guapas, porque las feas suelen ser mejores en la cama, para compensar, supongo. Las que son muy lindas esperan que lo hagas todo por ellas y no te suelen dar nada más que su belleza. En resumen, la mujer de mi vida son todas”.
Luego del discurso breve, pero esclarecedor del “Testosterona Kid”, invito a dar su opinión al tercero en discordia.
“Las mujeres de mi vida acabaron de la misma forma, porque, sin quererlo y sin saberlo, no hice más que repetir modelo al elegirlas. La primera llegó muy joven, fresca animosa, dispuesta a darme hijos y formar una familia y así fue durante un lapso prolongado, pero luego el tiempo, y yo, que fui su aliado, la fuimos cambiando. Las sonrisas se transformaron en insultos y recriminaciones, los hijos en armas arrojadizas, los proyectos empezaron a morir antes de nacer, yo me transformé en un pobre tipo y ella en una resentida que arrastraba conflictos con su padre que nunca resolvió cara a cara y cuyas facturas acabó pasándome a mí, que no podía ni quería pagarlas. Se quejó y me culpó durante años, pero nunca se fue de mi lado, como si quisiera joderme a cadena perpetua. Finalmente, fui yo el que se largó con lo puesto, con una mano detrás y otra delante, a vivir en una pocilga.
La segunda llegó sin buscarla. Una cena con amigos, una conversación animada que duró toda la noche y continuó al día siguiente. La cadena inacabable de coincidencias: Si una noche de invierno un viajero, de Calvino, el lado de la cama para dormir, las ganas de conocer Praga, el agua fría para lavarse los dientes, la debilidad por los gatos y así mil cosas.. Después, el paraíso en su voz, en sus ojos, sus caricias. Sin embargo, como nada es perfecto, ese paraíso se interrumpía a veces por la intrusión en ella de una especie de “otro yo” que la transformaba en una especie de monstruo, depresivo e insultante que unos día después se marchaba imprevistamente, como había venido. Si embargo, el “alter ego” fue ganando terreno de a poco y yo me fui quedando sin fuerzas, cansado de pagar las cuentas que le dejaron a deber su padre muerto y su familia viva, harto de un paraíso transformado en infierno cotidiano.
Y así hasta hoy, señores, haciendo cierto el dicho de que el buey solo bien se lame, creyendo con muy poca fe que la mujer de mi vida está todavía por ahí, en alguna parte, pero mirando hacia otro lado, por las dudas, no sea cosa que algún día crucemos nuestras miradas.”
Te toca a ti, le digo al último de la fila, cincuentón él, como el anterior, aunque aparenta varios años menos y bebe cerveza sin alcohol, igual que su vecino.
“La mía tal vez ande por ahí, tal vez sea rubia y con pecas. Tal vez tenga una sonrisa espléndida y cara de muñeca. Tal vez se sienta bien conmigo y es seguro que yo me siento bien con ella, pero no sé si quiero saber si es la mujer de mi vida. Tal vez porque le llevo algunos años y me veo algo viejo a su lado, tal vez porque me siento vacío y no sé si podré darle todo lo que me pida, tal vez porque mi destartalada osamenta ya no pueda soportar un no por respuesta sin quebrarse. ¡Por Dios!, cuántas frases tontas para decir lo que se puede resumir en una sola palabra: miedo. Ya lo dijo el compañero antes, al principio todas parecen la mujer de tu vida, pero acaban transformándose en un escuerzo y supongo que para ellas seremos lo mismo. Se me pasará, supongo, tal vez un día de estos le hable, a ver qué pasa, aunque seguramente para entonces será tarde, se habrá cansado de esperarme y me dará vuelta la cara para mirar a otro o, simplemente, para no ver la expresión patética de mi cara. La historia de mi vida, en suma, siempre ha sido así.”
Llegan siete nuevos parroquianos y se sientan en distintas mesas. Me dispongo a atenderlos cuando me llega la pregunta de Testosterona Kid: ¿Y la tuya, cómo es?
Sin darme la vuelta para mirarlo, sonrío y le digo en voz alta: Eso, para otro día, cuando esté como vosotros, detrás de la barra, con una birra en la mano. Ahora tengo que atender a estos clientes. Otro día, tal vez….